sábado, 14 de enero de 2012

Primer avance


Aquí os dejo un primer avance de la novela juvenil que estoy a punto de subir a la tienda Kindle de Amazon.

El cofre de la abuela y el perro plastificado

Parte 1. Olvidos


El olvido de Óscar

Óscar se evadía de su vida cotidiana creando un mundo propio de historias, fantasías y aventuras. Lo que más le apasionaba era narrar mentalmente acontecimientos insólitos. Fantaseaba con que era testigo de algún crimen, o de un robo, y que tenía que explicar con pelos y señales todo lo que había hecho durante el día hasta el momento del suceso; como si estuviera declarando en un interrogatorio de la policía. Y en su mente el relato comenzaba:

Hoy me he levantado a las ocho de la mañana. He salido de casa a las ocho y cuarenta en dirección al instituto. Cuando me faltaban solo tres manzanas para llegar he visto a un hombre de mediana edad con un atuendo un tanto estrafalario, muy tapado para esta época del año, andando más rápido de lo normal. Poco después se ha acercado por detrás a una mujer que tenía pinta de ir a coger el autobús y le ha quitado el bolso de un tirón. El ladrón ha huido escabulléndose entre la gente y la mujer se ha quedado paralizada. Entonces yo he gritado para que el agente de tráfico que estaba en la esquina se diera cuenta del robo. Suerte que el autobús que acababa de llegar se ha puesto a perseguir al atracador, porque el agente no oía nada: estaba concentrado en la circulación y en su silbato.

En sus narraciones Óscar era siempre la única persona que se daba cuenta de quién era el ladrón, el asesino o el estafador. Tenía la clave para resolver los casos, pero no era él quien lo hacía. Raramente era el protagonista de la intriga, y su intervención quedaba relegada a los papeles secundarios. En ocasiones se representaba que era el ayudante de un investigador privado llamado Duvalier y le acompañaba durante sus pesquisas. Otras veces los sucesos eran mucho más fortuitos y él solo intervenía como espectador.

Óscar nunca había comentado a nadie que se embelesaba con sus historias y que soñaba aventuras estando despierto. Recelaba de que le malinterpretaran, especialmente porque de pequeño tuvo un amigo imaginario con el que le gustaba jugar a solas, y ahora no quería que nadie pensara que Duvalier era su sustituto.

En casa, no le hacían mucho caso. Su hermano Rubén y su hermana Sara eran bastante más mayores que él y lo solían tratar como a un crío. De niño había sido una especie de juguete para ellos, pero con el tiempo se fueron olvidando de dedicarle tiempo y atención. Óscar se llevaba cinco años con Rubén, que tenía veinte, y seis con Sara. Los dos estudiaban medicina en la Universidad de Nueva Capital, aunque su hermana se había ido a vivir al extranjero gracias a un programa de intercambio. Sus padres, ambos médicos, solo habían planeado tener dos hijos —un chico y una chica—, y Óscar llegó un poco de rebote. Su madre, que había dejado de trabajar cuando sus dos hijos mayores eran pequeños, prefirió no volver a interrumpir su carrera profesional y propuso que entre todos cuidaran al benjamín de la familia. Como de pequeño Óscar sabía estar solo y callado, y no necesitaba muchas cosas para entretenerse, su familia había olvidado el compromiso de cuidarlo por turnos, y lo dejaban a su aire con el amigo invisible que su imaginación había creado. Desarrolló desde entonces una extraordinaria facultad para construir en su mente un mundo paralelo donde sucedían cosas más animadas que en la vida real.

En el instituto, Óscar pasaba bastante desapercibido. No era un lince con los estudios, pero tampoco le iban mal del todo. Simplemente del montón. Su tutora le decía que podía sacar mejores notas atendiendo más y no contemplando las musarañas ensimismado. Siempre le repetía que con unas calificaciones tan mediocres no podría cursar la carrera de medicina como sus padres. Como él no quería ser médico se olvidaba fácilmente de los sermones de su tutora. En su clase no tenía muchos amigos porque no le solían interesar las cosas que decían los chicos de su edad y enseguida se aburría. Prefería su mundo de sucesos rocambolescos.

Cualquier situación era buena para tejer historias: ya fuera durante las clases, a la hora de la comida o haciendo los trabajos del instituto. No obstante, tenía predilección por el momento de pasear al perro de sus abuelos. El centro de Nueva Capital donde ellos vivían era mucho más entretenido que el distrito norte y residencial donde los padres de Óscar tenían su casa. Y sus abuelos le relataban anécdotas muy extrañas sobre la familia, y se comportaban de forma un tanto estrambótica. El cambio de escenario y de compañía le servía como fuente de inspiración. Por otro lado, desde que empezó a ocuparse de pasear al perro ya no tenía que volver a casa justo después de clase y sus padres le daban más libertad. Por eso Óscar no veía el hecho de dar una vuelta con el perro como una imposición, sino como una oportunidad de estar a sus anchas y tomar ideas para sus narraciones. Y además le recompensaban por ello ya que su paga semanal dependía de que paseara a diario al perro.

Sin embargo, a menudo se olvidaba de ir a recogerlo. Siempre le sucedía lo mismo: salía del instituto pensando en sus cosas y se iba a su casa. Ni sus abuelos ni sus padres se enfadaban o le sermoneaban por el descuido, que no era nada extraño en una ciudad donde todo el mundo tenía mala memoria. Solo le dejaban sin paga. Bueno, a veces sus padres se la entregaban igualmente porque se olvidaban de que no había sacado al perro. ¡Ventajas de vivir en Nueva Capital!

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