Aquí os dejo un primer avance de la novela juvenil que estoy a punto de subir a la tienda Kindle de Amazon.
El cofre de la abuela y el perro
plastificado
Parte
1. Olvidos
El olvido de Óscar
Óscar se evadía de su vida cotidiana creando un mundo propio
de historias, fantasías y aventuras. Lo que más le apasionaba era narrar mentalmente
acontecimientos insólitos. Fantaseaba con que era testigo de algún crimen, o de
un robo, y que tenía que explicar con pelos y señales todo lo que había hecho
durante el día hasta el momento del suceso; como si estuviera declarando en un
interrogatorio de la policía. Y en su mente el relato comenzaba:
“Hoy me he levantado a las ocho de la mañana. He salido de casa a las
ocho y cuarenta en dirección al instituto. Cuando me faltaban solo tres
manzanas para llegar he visto a un hombre de mediana edad con un atuendo un
tanto estrafalario, muy tapado para esta época del año, andando más rápido de
lo normal. Poco después se ha acercado por detrás a una mujer que tenía pinta
de ir a coger el autobús y le ha quitado el bolso de un tirón. El ladrón ha
huido escabulléndose entre la gente y la mujer se ha quedado paralizada. Entonces
yo he gritado para que el agente de tráfico que estaba en la esquina se diera
cuenta del robo. Suerte que el autobús que acababa de llegar se ha puesto a
perseguir al atracador, porque el agente no oía nada: estaba concentrado en la
circulación y en su silbato.”
En sus narraciones Óscar era
siempre la única persona que se daba cuenta de quién era el ladrón, el asesino
o el estafador. Tenía la clave para resolver los casos, pero no era él quien lo
hacía. Raramente era el protagonista de la intriga, y su intervención quedaba
relegada a los papeles secundarios. En ocasiones se representaba que era el
ayudante de un investigador privado llamado Duvalier y le acompañaba durante
sus pesquisas. Otras veces los sucesos eran mucho más fortuitos y él solo intervenía
como espectador.
Óscar nunca había comentado
a nadie que se embelesaba con sus historias y que soñaba aventuras estando despierto.
Recelaba de que le malinterpretaran, especialmente porque de pequeño tuvo un
amigo imaginario con el que le gustaba jugar a solas, y ahora no quería que
nadie pensara que Duvalier era su sustituto.
En casa, no le hacían mucho
caso. Su hermano Rubén y su hermana Sara eran bastante más mayores que él y lo solían
tratar como a un crío. De niño había sido una especie de juguete para ellos,
pero con el tiempo se fueron olvidando de dedicarle tiempo y atención. Óscar se
llevaba cinco años con Rubén, que tenía veinte, y seis con Sara. Los dos
estudiaban medicina en la Universidad de Nueva Capital, aunque su hermana se
había ido a vivir al extranjero gracias a un programa de intercambio. Sus
padres, ambos médicos, solo habían planeado tener dos hijos —un chico y una
chica—, y Óscar llegó un poco de rebote. Su madre, que había dejado de trabajar
cuando sus dos hijos mayores eran pequeños, prefirió no volver a interrumpir su
carrera profesional y propuso que entre todos cuidaran al benjamín de la
familia. Como de pequeño Óscar sabía estar solo y callado, y no necesitaba
muchas cosas para entretenerse, su familia había olvidado el compromiso de
cuidarlo por turnos, y lo dejaban a su aire con el amigo invisible que su
imaginación había creado. Desarrolló desde entonces una extraordinaria facultad
para construir en su mente un mundo paralelo donde sucedían cosas más animadas
que en la vida real.
En el instituto, Óscar
pasaba bastante desapercibido. No era un lince con los estudios, pero tampoco le
iban mal del todo. Simplemente del montón. Su tutora le decía que podía sacar
mejores notas atendiendo más y no contemplando las musarañas ensimismado. Siempre
le repetía que con unas calificaciones tan mediocres no podría cursar la
carrera de medicina como sus padres. Como él no quería ser médico se olvidaba
fácilmente de los sermones de su tutora. En su clase no tenía muchos amigos
porque no le solían interesar las cosas que decían los chicos de su edad y
enseguida se aburría. Prefería su mundo de sucesos rocambolescos.
Cualquier situación era
buena para tejer historias: ya fuera durante las clases, a la hora de la comida
o haciendo los trabajos del instituto. No obstante, tenía predilección por el
momento de pasear al perro de sus abuelos. El centro de Nueva Capital donde ellos
vivían era mucho más entretenido que el distrito norte y residencial donde los
padres de Óscar tenían su casa. Y sus abuelos le relataban anécdotas muy
extrañas sobre la familia, y se comportaban de forma un tanto estrambótica. El
cambio de escenario y de compañía le servía como fuente de inspiración. Por
otro lado, desde que empezó a ocuparse de pasear al perro ya no tenía que
volver a casa justo después de clase y sus padres le daban más libertad. Por
eso Óscar no veía el hecho de dar una vuelta con el perro como una imposición,
sino como una oportunidad de estar a sus anchas y tomar ideas para sus narraciones.
Y además le recompensaban por ello ya que su paga semanal dependía de que
paseara a diario al perro.
Sin embargo, a menudo se
olvidaba de ir a recogerlo. Siempre le sucedía lo mismo: salía del instituto
pensando en sus cosas y se iba a su casa. Ni sus abuelos ni sus padres se enfadaban
o le sermoneaban por el descuido, que no era nada extraño en una ciudad donde
todo el mundo tenía mala memoria. Solo le dejaban sin paga. Bueno, a veces sus
padres se la entregaban igualmente porque se olvidaban de que no había sacado
al perro. ¡Ventajas de vivir en Nueva Capital!